1 de cada 4 habitantes de la Región del Biobío tendrá 60 años o más en 2034
26 de Diciembre 2025 | Publicado por: Equipo Digital
El fenómeno del envejecimiento acelerado dejó de ser una proyección lejana para la Región del Biobío y se consolidó como un rasgo estructural de su población. Los primeros resultados del Censo 2024 confirman que el 14,7 % de los habitantes de la región tiene 65 años o más, una proporción superior al promedio nacional y que marca un punto de inflexión en la composición etaria del territorio, con impactos directos en la vida urbana, rural y comunitaria.
Aquel escenario no es repentino, sino el resultado de una trayectoria sostenida. En 1992, sólo el 5,8 % de la población regional tenía 65 años o más, proporción que en 2024 prácticamente se duplicó en el transcurso de tres décadas. Aparte, la población infantil cayó desde cerca del 30 % a poco más del 17 %.
En el contexto nacional comparado, el Biobío se ubica entre las regiones con mayor envejecimiento del país. De acuerdo con los datos del INE, la región registra un índice de envejecimiento de 84,1, situándose en el quinto lugar a nivel nacional, detrás de Valparaíso (98,6), Ñuble (97,6), Los Ríos (89,3) y Magallanes (87,1).
Vejez en perspectiva territorial
Este proceso, sin embargo, no se expresa de manera uniforme. Al interior del Biobío conviven realidades muy distintas, marcadas por el carácter urbano, intermedio o rural de sus comunas, así como por su nivel de acceso a servicios y redes de apoyo. Las cifras censales y las proyecciones oficiales permiten distinguir con claridad dinámicas diferenciadas entre las provincias de Concepción, Biobío y Arauco, donde la vejez adquiere rasgos y desafíos específicos según el contexto territorial.
Siguiendo los datos del Censo, en la provincia de Concepción, de marcado carácter urbano y periurbano, el envejecimiento avanza de forma sostenida, aunque con importantes contrastes internos. Comunas como Concepción (16,5 % de población de 65 años o más), Tomé (18,6 %), Florida (21,8 %) y Santa Juana (19,0 %) superan el promedio regional, evidenciando una presión creciente sobre servicios y redes locales.
“Una sociedad envejecida requiere sistemas de protección acordes a esta realidad, especialmente en cuidados, pensiones y atención especializada, con un enfoque centrado en la persona”, planteó la coordinadora regional de Senama, Janine Albarrán.
Por su parte, la provincia de Biobío presenta un envejecimiento más profundo en comunas intermedias y rurales, con indicadores que revelan una carga demográfica elevada. En localidades como Quilaco, el 25,3 % de la población tiene 65 años o más, mientras Quilleco alcanza un 22,3 % y Yumbel un 21,6 %, cifras que se acompañan de índices de dependencia demográfica superiores a los 60 puntos.
En tanto, en la provincia de Arauco el envejecimiento se combina con condiciones estructurales más complejas. Comunas como Lebu registran un 14,5 % de población de 65 años o más, Cañete un 15,6 % y Contulmo un 18,8 %, con índices de dependencia que superan el promedio regional. A ello se suma una menor densidad de servicios y mayores brechas territoriales.
Desafíos en la estructura del hogar
A este escenario se suma un cambio silencioso pero decisivo en la estructura de los hogares. A nivel nacional, de acuerdo al INE, el tamaño promedio del hogar cayó desde cuatro personas en 1992 a 2,8 en la actualidad, mientras los hogares unipersonales aumentaron de 8,3 % a 21,8 % en el mismo período. En paralelo, los hogares compuestos exclusivamente por personas de 65 años o más pasaron de 4,3 % en 1992 a 6 % en 2002, 9,2 % en 2017 y 11,6 % en 2024, dando cuenta de una transformación estructural en la forma de envejecer.
Desde Senama reconocen que el aumento de hogares integrados solo por personas mayores incrementa la demanda por programas y apoyos públicos, en un contexto donde las redes informales siguen siendo clave.
De acuerdo con la Encuesta Nacional de Dependencia Funcional en Personas Mayores (ENDFPM), más del 70 % de las personas mayores con algún grado de dependencia recibe cuidados informales, principalmente de familiares, una red que —según advierte Albarrán— “se vuelve más frágil cuando los hogares están compuestos únicamente por personas mayores”.
Proyecciones y capacidad de respuesta
Otros datos refuerzan la magnitud del desafío. Las proyecciones oficiales indican que la región experimentará en la próxima década un aumento sostenido de la población en edades avanzadas, con un crecimiento especialmente intenso en el grupo de 80 años o más. Las estimaciones, del último Censo, muestran que hacia 2034 uno de cada cuatro habitantes del Biobío tendrá 60 años o más.
Este horizonte tendrá impactos directos en la demanda por atención sanitaria y apoyo social. De acuerdo con la ENDFPM y los lineamientos del Plan Nacional de Demencia del Minsal, las personas de 80 años o más concentran una mayor prevalencia de dependencia funcional y un uso más intensivo de prestaciones sanitarias.
Al respecto, y desde una mirada local, Albarrán subrayó que el principal desafío “tiene que ver con la capacidad territorial para hacer frente a situaciones de abandono, donde los Establecimientos de Larga Estadía para Adultos Mayores (Eleam) debieran ser considerados como una última opción”.
A ello se suma un factor estructural de escala nacional. Según el informe Health at a Glance 2023 de la OCDE, Chile presenta una de las coberturas más bajas de cuidados de largo plazo entre países de ingreso similar, con un gasto inferior al 0,4 % del PIB, muy por debajo del promedio del bloque.
En paralelo, el enfoque de envejecimiento positivo ha ganado espacio en el diseño de políticas públicas. Programas orientados a la participación, la autonomía y la vida activa forman parte de la oferta institucional, pero su alcance sigue siendo desigual.
Edadismo
Pero más allá de las cifras, la vejez acelerada abre preguntas sobre cómo la sociedad responde ante ella. El trabajador social y docente de la Universidad de Concepción, Gonzalo Ibarra, plantea que el concepto clave para comprender estas dinámicas es el edadismo, entendido como estereotipos, prejuicios y discriminaciones hacia las personas mayores por el solo hecho de su edad.
“Si miramos la vejez desde los 65 años, invisibilizamos realidades que comienzan antes, especialmente en pensiones, trabajo, género y redes de apoyo”, explicó. De hecho, al considerar el umbral de los 60 años —utilizado por Chile y la OMS—, la población mayor alcanza cerca del 19 %, ampliando el alcance del fenómeno.
El investigador sostuvo que el aumento de la expectativa de vida, muchas veces celebrado como un triunfo de la ciencia y la medicina, exige hoy respuestas colectivas más complejas. “Esto requiere decisiones urgentes a nivel político, económico, social y cultural. No es un dato accesorio”, agregó, advirtiendo que las proyecciones hacia 2050 —con cerca de un tercio de la población en edades avanzadas— obligan a transformaciones estructurales.
Desde una perspectiva crítica, Ibarra propuso hablar de “vejeces y envejecimientos en plural”. Para él, no se trata solo de trayectorias individuales, sino de desigualdades estructurales que condicionan cómo se envejece. En ese marco, cuestionó los paradigmas dominantes —activo, saludable, positivo— que, si bien expresan un ideal deseable, no siempre consideran las brechas reales de acceso, oportunidades y apoyo social.