Vínculos, memorias significativas, imaginación y desarrollo cognitivo mediante el pensamiento mágico que predomina para explicar el mundo hasta los 7 años.
Un anciano de pelo y barba blanca vestido de traje rojo que vive en el Polo Norte, donde fabrica juguetes que sale a repartir a todos los niños del mundo para regalarles lo que anhelan en la Nochebuena, en un viaje en un trineo tirado por renos. Esta creencia está arraigada en el imaginario colectivo como símbolo navideño que ilusiona a los más pequeños.
En Chile se llama viejito pascuero y universalmente se conoce como Santa Claus o San Nicolás, protagonista de una leyenda con raíces en un hecho que ocurrió hace muchos siglos en Turquía que se fue expandiendo por los años y mundo, y sobre todo nutriéndose de la literatura y publicidad moderna en Estados Unidos hasta consolidar la imagen que tiene la sociedad y es parte de las tradiciones que dan un toque mágico a la Navidad que marca a niños y niñas.
El viejito pascuero, también otras figuras y creencias similares, tiene un valor cultural que materializa un rol socioemocional y cognitivo relevante en el desarrollo en etapas tempranas que debe acompañarse bien por las personas adultas significativas, fenómeno psicológico que abordan el doctor Cristian Neira y Fernando Bustamante, psicólogos y académicos de la Facultad de Comunicación, Historia y Ciencias Sociales de la Universidad Católica de la Santísima Concepción (Ucsc).
¿Cuánto impacta compartir creencias, ¿es bueno creer la leyenda mágica?, ¿hasta cuándo es normal que no hayan cuestionamientos?, son algunas preguntas que pueden rondar en muchas familias cada año y es relevante responder para el abordaje saludable y necesario de los procesos.
Papel de la fantasía
Independiente cuál sea y la edad, las creencias compartidas tienen un papel social y emocional relevante en la vida de las personas. Y si se trata del desarrollo integral en la niñez hay influencia en su personalidad y relaciones en etapas posteriores, fortaleciendo la pertinencia, afectos y valores, expone el doctor Cristian Neira.
“La creencia en figuras como el viejito pascuero cumple un rol importante en la vida emocional del niño, porque permiten canalizar emociones como ilusión, expectativa y alegría. Y la experiencia de esperar, compartir y celebrar en torno a estas creencias fortalece los vínculos afectivos, genera recuerdos significativos y contribuye a la sensación de seguridad emocional”, afirma.
Además, historias como la del viejito pascuero tienen una importancia cognitiva, porque estimula la imaginación que es clave para la creatividad y comprensión del mundo, e impulsa la evolución en la forma de razonamiento hacia uno más maduro y lógico.
Al respecto, Fernando Bastamente aclara que estas fantasías se relacionan con el pensamiento mágico, forma de razonamiento en que se establecen relaciones causales para explicar hechos sin base lógica o empírica, atribuyendo poder a pensamientos, deseos, creencias, rituales o símbolos.
Y, aunque está presente en todo el ciclo vital y distintos contextos, sostiene que desde la psicología del desarrollo se considera característico e importante en la infancia temprana, 2 a 7 años. “El pensamiento mágico no es un error cognitivo, es una forma funcional de pensamiento propio de etapas tempranas de desarrollo y necesaria para alcanzar un pensamiento más lógico y complejo en el camino hacia la adultez. Cumple un rol adaptativo, pues favorece la imaginación, la creatividad, la comprensión emocional y la elaboración de experiencias que aún no pueden explicarse racionalmente”, explica.
En este contexto un niño puede pensar realmente que algo bueno ocurrirá si se porta bien o que un personaje fantástico puede saber lo que hace y quiere para llevar el regalo que anhela.
Y por ello fomentar la fantasía e imaginación en las edades tempranas resulta relevante, aunque siempre bajo parámetros acorde a la etapa y los cuestionamientos que se planteen para no generar engaños o confusiones que resultan contraproducentes.
Es que a la luz de las evidencias más allá de los 8-9 años no es normativo el pensamiento mágico literal, ni lo es insistir en las fantasías cuando éstas ya generan dudas manifiestas u otras emociones displacenteras.
Pensamiento mágico, rol real
En el desarrollo psicológico, emocional y cognitivo el pensamiento mágico cumple múltiples roles.
El psicólogo Fernando Bustamante detalla que por un lado facilita la regulación emocional, especialmente frente a miedos e incertidumbres al dar explicación a situaciones poco claras y/o que producen temor o ansiedad.
“Contribuye al desarrollo del lenguaje, la narrativa y la creatividad. Imaginar cosas estimula la búsqueda de formas de expresar lo que se piensa y trasmitirlas a los demás para poder compartirlas”, añade.
También permite ensayar e incorporar roles sociales y normas culturales de un contexto, sobre todo mediante juegos simbólicos.
Además, su desarrollo es crucial para transitar al pensamiento lógico. “El pensamiento mágico permite hacer uso de funciones cognitivas que se están desarrollando para, posteriormente, alcanzar las condiciones necesarias para aprender a pensar de manera lógica”, sostiene el académico.
La transición ocurre progresivamente mientras avanzan las etapas del desarrollo, el pensamiento mágico va disminuyendo en predominancia y va aumentando el razonamiento lógico para explicar el mundo, hasta que predomine un pensamiento mágico principalmente simbólico o cultural aproximadamente desde los 8-9 años.
“A medida que los niños crecen no se produce un reemplazo abrupto, sino un tránsito progresivo desde un pensamiento predominantemente mágico a uno más lógico y racional. Por ejemplo, un niño puede seguir disfrutando de la fantasía, pero al mismo tiempo comenzar a comprender explicaciones más realistas sobre el mundo”, sostiene Cristian Neira.
Se reconoce que el pensamiento mágico puede estar toda la vida, aunque lo normal es que desde la adolescencia se consoliden las herramientas cognitivas que permitan distinguir las cosas que se piensan en el margen de la fantasía y las que ajustan a los parámetros de la vida real.
Fomentar sanamente
Ante ello Bustamante enfatiza que “un pensamiento mágico saludable es flexible, transitorio y compatible con el aprendizaje”, siendo adecuado que adultos lo permitan y acompañen sin reforzarlo de manera rígida.
Entre buenas prácticas a considerar, acorde a la etapa vital y comprensión, menciona el juego simbólico y la narración mediante cuentos u otras obras o recursos; validar emociones sin confirmar explicaciones mágicas absolutas; introducir gradualmente distinciones entre fantasía y realidad; y evitar el uso de figuras mágicas como mecanismos de control o amenaza.
También hay que saber cuándo reelaborar progresivamente el pensamiento mágico, atendiendo señales como la mayor capacidad de razonamiento lógico o aparición de preguntas críticas y búsqueda de explicaciones más coherentes con las experiencias, según plantea Neira.
“En este proceso el rol de los adultos no es romper la fantasía, sino favorecer la reflexión, ofreciendo respuestas acordes a la edad, validando la curiosidad y promoviendo el pensamiento crítico. De este modo, el pensamiento mágico no desaparece, sino que se transforma y se integra a una comprensión más compleja y realista del mundo”, manifiesta.
¿Hasta cuándo creer?
En el contexto de un desarrollo sano, los especialistas afirman que entre los 6 a los 8 años debería comenzar el cuestionamiento sobre la existencia literal de figuras como el viejito pascuero.
“En esta etapa se produce un avance significativo en el desarrollo cognitivo: los niños comienzan a integrar el pensamiento lógico, a comparar información proveniente de distintas fuentes, y a detectar inconsistencias entre lo que observan y lo que se les ha explicado”, detalla Neira. Entonces, pueden empezar a preguntarse cómo una persona puede visitar tantas casas en una noche, o notar que los regalos aparecen de manera distinta en cada familia, por ejemplo.
Que aparezcan estas preguntas es una señal positiva, y frente a éstas el rol de padres y adultos significativos es fundamental.
La primera recomendación es escuchar primero qué piensa el niño y qué llevó a cuestionar, evitando dar respuestas automáticas o defensivas, y propiciando la reflexión y ajustar la explicación al cuestionamiento y nivel de comprensión.
“Este enfoque permite validar la curiosidad y acompañar el tránsito hacia una comprensión más racional sin invalidar la experiencia emocional. Un abordaje respetuoso y empático permite que el niño viva este proceso de manera saludable, fortaleciendo la confianza en los adultos y su desarrollo emocional”, plantea.
Y se deben evitar respuestas que ridiculicen, minimicen o invaliden emociones, y refuercen la fantasía de manera rígida. Tampoco hay que dar revelaciones abruptas sin permitir expresar las emociones ni recibir consuelo. Estas acciones pueden generar confusión, inseguridad y desconfianza.
Como es una experiencia significativa, Bustamante afirma que es evolutivamente esperable que develar la fantasía y perder una creencia cause sentimientos como frustración o decepción que se deben abordar saludablemente.
En este sentido aconseja normalizar la emoción del niño y resignificar la experiencia como parte del crecimiento, destacando las bonitas emociones y cómo darse cuenta de la verdad demuestra que está más grande y preparado para enfrentar otros desafíos. También considera importante mantener las festividades y rituales desde un significado simbólico y valórico.
“La investigación indica que, con un acompañamiento adecuado, esta transición no produce daño emocional significativo y puede fortalecer la confianza en los adultos”, cierra.