La Encuesta Longitudinal de Primera Infancia (ELPI) completó su cuarta medición tras 14 años siguiendo a más de diez mil niños desde que tenían entre 0 y 4 años. El instrumento, único en su tipo en Latinoamérica, permite observar cómo los participantes han evolucionado en salud mental, bienestar subjetivo, uso de tecnologías y trayectorias familiares. Sus resultados ofrecen una radiografía nacional detallada, representativa de las dinámicas observadas a nivel adolescente.
A grandes rasgos, los datos evidencian un escenario crítico: el 74,5 % de los adolescentes presenta síntomas de ansiedad y/o depresión, mientras que un 26,5 % alcanza rangos moderados o severos, niveles que requieren evaluación clínica o apoyo especializado. Por otro lado, las brechas de género son especialmente pronunciadas: las adolescentes reportan menor satisfacción vital, peor bienestar subjetivo y más síntomas emocionales en todas las escalas medidas.
El uso de pantallas aparece como un factor transversal en la vida cotidiana de los jóvenes. El 42,7 % mira su teléfono después de acostarse y más del 54 % pasa tres o más horas al día en redes sociales. Por otra parte, el 15,1 % declara haber sufrido ciberacoso, con mayor incidencia en mujeres y en adolescentes de 14 años. En desarrollo cognitivo, las brechas socioeconómicas en vocabulario se mantienen prácticamente sin variación desde 2010.
La medición también evalúo el bienestar subjetivo: en una escala de 1 a 7, la satisfacción con la vida familiar alcanza 6,2 en hombres y 6,0 en mujeres; con los amigos, 6,0 y 5,8; y con la vida en general, 5,8 versus 5,5. La mayor brecha aparece en la satisfacción consigo mismos: 5,4 entre ellos y apenas 4,8 entre ellas. Estas diferencias se repiten desde los 14 años y atraviesan toda la adolescencia.
El estudio revela además cambios en rutinas y estructura familiar: el 96,6 % de los adolescentes comparten comidas con su familia, el 88 % pasa tiempo en casa con otros miembros del hogar y el 77,7 % ve series o películas junto a ellos. Sin embargo, solo el 58,5 % realiza actividades fuera del hogar y el 50,1 % visita a amigos o familiares. En paralelo, la presencia de ambos padres disminuyó de 69,2 % en 2010 a 49,8 % en 2024, reflejando transformaciones en la disponibilidad de apoyo adulto.
Análisis de los hallazgos
En conversación con Diario Concepción, la ministra de Desarrollo Social y Familia, Javiera Toro, destacó que la ELPI confirma inquietudes que los propios jóvenes han planteado en distintas instancias. Señaló que la salud mental se ha instalado como una prioridad generacional y que los resultados “confirman un dato preocupante” que debe analizarse en profundidad en el Estado.
La autoridad subrayó que el deterioro emocional no solo aparece en indicadores clínicos, sino también en la satisfacción vital. Entre las adolescentes, el promedio de satisfacción consigo mismas alcanza apenas 4,8 puntos en una escala de 1 a 7, frente a 5,4 en los hombres. Para Toro, estas diferencias muestran “dimensiones del bienestar donde las brechas persisten”.
Los datos también indican que las adolescentes están más expuestas a riesgos digitales —mayor uso intensivo y mayor incidencia de ciberacoso—. Toro recordó que la mitad de los jóvenes pasan más de tres horas diarias en redes sociales y que uno de cada seis ha sido víctima de ciberacoso. Estas cifras, sostuvo, obligan a “mirar factores que influyen en la satisfacción con la vida y en el bienestar emocional”.
El uso intensivo de dispositivos móviles abrió además un debate legislativo que avanza en el Congreso. Toro destacó que el proyecto que limita el uso de celulares en establecimientos educacionales fue aprobado en segundo trámite y que Desarrollo Social tiene el mandato de impulsar campañas para promover un uso responsable y gradual, alertando sobre riesgos sin desconocer sus beneficios.
Así también, recalcó que el desafío no se reduce a prohibiciones, sino a fortalecer la alfabetización digital y emocional según la etapa de desarrollo. Las orientaciones técnicas desaconsejan el uso de celulares entre 0 y 6 años, proponen su integración pedagógica entre 6 y 12, e impulsan un uso crítico y formativo entre los 12 y 18 años. Las directrices buscan orientar a las familias en un entorno digital cada vez más exigente.
En trayectorias cognitivas, la ELPI muestra que la ventaja inicial de las niñas en vocabulario desaparece en la adolescencia, siendo finalmente superadas por los hombres. Para Toro, este giro “es un ámbito que requiere estudiarse con mayor profundidad”, sobre todo porque las brechas socioeconómicas se mantienen prácticamente iguales desde 2010.
Por otra parte, emergen diferencias territoriales relevantes. Mientras los adolescentes del quintil socioeconómico más alto califican su barrio con una nota de 6,1, aquellos del primer quintil le otorgan apenas un 5,0. Para la ministra, estos contrastes muestran que “la política habitacional no solo debe construir casas, sino entornos seguros e integrados”.
El análisis sobre la satisfacción con el barrio se conectó con transformaciones en la vida comunitaria: menos niños en los sectores residenciales, menos juego al aire libre y más tiempo frente a pantallas, un escenario que puede afectar la salud emocional. Toro vinculó este fenómeno tanto a la caída de la natalidad como a la falta de apoyo estructural. “Muchas mujeres postergan la maternidad por interrupciones laborales, ausencia de redes y pocas garantías”, dijo.
Estos factores, afirmó, “obligan a avanzar en políticas públicas integrales”, como sala cuna universal y sistemas de cuidado fortalecidos.
En la agenda inmediata, la ministra confirmó que la implementación de la Ley de Garantías será el eje central del tramo final de gobierno. El Ejecutivo aceleró en dos años la instalación de oficinas locales de la niñez (OLN) y espera completarlas en las 45 comunas comprometidas para 2025. También destacó la nueva Ley de Adopción y la tramitación del Sistema Nacional de Apoyos y Cuidados.
Desde la psicología
El análisis de la ELPI exige una mirada especializada sobre los procesos emocionales e identitarios que atraviesan a las nuevas generaciones. Para la psicóloga María Victoria Benavente —doctora en Salud Mental y académica del Departamento de Psicología UdeC—, los datos deben interpretarse considerando tanto el desarrollo individual como las condiciones sociales que lo rodean.
En particular, las brechas según sexo no pueden atribuirse solo a factores puberales. “La evidencia muestra que las adolescentes viven mayores desigualdades estructurales, culturales y relacionales”, explicó. Estas condiciones moldean su bienestar emocional y ayudan a entender por qué reportan más síntomas ansiosos y depresivos.
Benavente subrayó que diversos estudios respaldan esta lectura. Las adolescentes dedican hasta un 30% más de su tiempo libre a tareas domésticas —brecha que llega al 50% en la adolescencia—. Además, un 52% ha sufrido violencia en el hogar y las cifras de violencia sexual duplican a las de sus pares hombres. Incluso en trayectorias educativas persisten diferencias que afectan su percepción de sí mismas.
“Los jóvenes crecen en un escenario saturado de discursos e imágenes, pero pobre en referentes estables”, añadió. El mundo adulto aparece “menos consistente o disponible para ofrecer orientación”, lo que debilita el proceso identitario. Cuando los lazos simbólicos se vuelven frágiles, aumenta el riesgo de autolesiones, consumo problemático o retraimiento.
El uso nocturno de pantallas —presente en el 42,7 % de los adolescentes— también se vincula a estas tensiones. La vida digital “no tiene horarios” y la presión por mantenerse disponibles genera un estado de alerta incompatible con el sueño. El fenómeno FOMO mantiene a muchos jóvenes conectados incluso después de acostarse, deteriorando el descanso y aumentando la vulnerabilidad emocional.
Finalmente, advirtió que no todo malestar requiere diagnóstico clínico. “Muchos adolescentes necesitan restaurar los lazos sociales que les dan un lugar en el mundo”, señaló. Esto exige adultos capaces de ofrecer presencia, contención y límites simbólicos. Además, cualquier política preventiva debe incorporar enfoque de género: “Lo que funciona para algunos no funciona del mismo modo para todas”.